Edzard Ernst es posiblemente una de las personas con más facultades para hablar de la homeopatía. Es catedrático universitario, y el único médico investigador, especialista en medicinas alternativas, que obtuvo fondos para investigar científicamente este tipo de terapias.
En su más reciente libro, titulado “Homeopatía: los datos no diluidos”, deja muy claro a quién va dirigida su obra: “Si usted está completamente convencido de que la homeopatía proporciona un tratamiento eficaz y seguro para todos los males; si cree que la homeopatía es víctima de una conspiración de la malvada industria farmacéutica; si piensa que mi objetivo es que tome peligrosos medicamentos sintéticos, entonces este probablemente no sea un buen libro para usted. Si, por otro lado, está convencido de que todo lo relacionado con la homeopatía es una idiotez; que la homeopatía no ha hecho absolutamente ninguna contribución a la sanidad; que cualquiera que informe de efectos positivos tras haber usado homeopatía es un farsante; o que todos los consumidores que se sienten tentados a probar la homeopatía son unos estúpidos, entonces este libro tampoco es lo que desea”.
Su libro es, pues, para quien tenga la mente abierta y quiera saber qué dice la ciencia sobre la controversial terapia alternativa, que consiste en diluir una, y otra, y otra, y otra vez algún compuesto activo, a razón de 1 parte del compuesto en 9.999 partes de agua, y eso, repetido decenas de veces hasta que, practicamente no quedan trazas del compuesto activo.
Ernst estructuró su libro en dos partes: la primera expone varios aspectos generales de la homeopatía, como su definición y principios básicos, aceptación y uso internacional y su historia. Su posición es privilegiada porque, a diferencia de otros teóricos y científicos que han escrito al respecto, ninguno antes estuvo metido en esta especie de “creencia” científica, cuyas bases han sido discutidas desde todos los flancos de la ciencia, y generalmente cuestionadas por carecer de suficientes pruebas para considerarse ciencia.
Ernst concede algunos valores positivos a esta práctica. El primero es el de sus orígenes, así como la fascinante historia de su creador, Samuel Hahnemann, quien supuestamente probó y documento la homeopatía, aunque llegó a conclusiones erróneas probando sobre su propio cuerpo el efecto de distintas sustancias y dilusiones, con el objetivo único de encontrar evidencia empírica que lo llevaran a desarrollar terapias más efectivas.
Ciencia o fe, la eterna discusión
Ernst trata de ponerse en los zapatos de los pacientes e identificar factores que causar que estos lleguen hasta la homeopatía, a la vez que les invita a leer -en el capítulo 9- qué es una prueba científica y qué no lo es.
El catedrático reconoce algo positivo en la práctica común de los homeópatas: el tiempo de consulta es mucho mayor que el de un médico occidental.
En la segunda parte del libro, Ernst habla del “léxico homeopático”, con un estilo ciertamente distinto al de la primera parte. Se dedica a definir conceptos tan dispares como ébola, detox o nanopartículas, las cuales están relacionadas en algunos casos, aunque no siempre, con la homeopatía.
Esta parte puede resultar un tanto confusa para los lectores, pero aporta reflexiones interesantes: Ernst define el concepto de la empatía, y reconoce que los terapeutas homeopáticos ofrecen un trato más personal que los médicos alopáticos.
Por último, el libro concluye que las pruebas científicas certeras son imprescindibles para la comprobación de cualquier práctica que quiera considerarse ciencia. También, destaca algunos aspectos positivos de los homeópatas de los que podrían aprender otros terapeutas.