Si se posee la verdad y las razones son irrefutables, ¿por qué no enfrentarse a quienes sostienen tesis contrarias simplemente con argumentos?
En el artículo, Montero cometía algunos errores de bulto, pero también señalaba algunas cosas sensatas que quedaron ocultas por los palos que se llevó en las redes. No entiendo esta agresividad en quienes defienden la ciencia con tanto ahínco, y menos en un asunto como la homeopatía: si es un fraude, si no es más que azúcar diluido en agua, tampoco sería difícil de desmontar. En un diálogo normal, se ofrecerían los datos y las pruebas, y no sería necesario recurrir a las descalificaciones. Si se posee la verdad, y las razones son irrefutables, como afirman, ¿por qué no argumentar? ¿Por qué no enfrentarse a quienes sostienen tesis contrarias o a quienes carecen de una postura sobre el asunto simplemente con hechos? ¿Para qué es necesaria tanta ferocidad?
El menosprecio
En segundo lugar, si la razón les asiste, tampoco entiendo que se utilicen argumentos tan pobres. A menudo, y cuando muestran su peor cara, algunos de estos científicos lo que vienen a decir es lo siguiente: nosotros tenemos el conocimiento, la verdad es nuestra y quien se opone a ella no es alguien desinformado, sino un estúpido que sigue creyendo en cosas absurdas como la imposición de manos o las abducciones. Por lo tanto, estamos legitimados a menospreciar y en muchos casos a insultar a quien no comparte nuestras ideas. Eso es una equivocación enorme que mina sustancialmente la fuerza de cualquier enunciado que le siga, pero también contribuye de manera definitiva a pervertir el diálogo.
La ciencia no es perfecta y comete equivocaciones, a veces interesadas y otras no, y ser consciente de eso es requisito indispensable para ser científico
Además, y este es otro de sus grandes errores, incurren en un peculiar ocultamiento. El científico debe perseguir la verdad, tenga a quien tenga enfrente. Su interés está en utilizar los mejores métodos para alcanzar resultados objetivos, en acercarse al conocimiento de las leyes que rigen nuestro mundo, con el menor margen de error. Pero la ciencia no es perfecta, comete equivocaciones, a veces interesadas y en otras no, y ser consciente de eso es requisito indispensable para ser científico. Si se quiere ser riguroso, se debe perseguir una ciencia libre de otras influencias que no sean la realización de la mejor investigación y el conocimiento más exacto posible.
La calidad de la ciencia
Sabemos que esto no es así, que hay muchos factores, que van desde la necesidad de financiación hasta la búsqueda del prestigio pasando por la presión por publicar que hacen que la calidad de la ciencia sea puesta en entredicho demasiado a menudo. Sabemos también que hay muchos intereses en juego, y Montero subrayó algunos muy evidentes en el caso de los laboratorios farmacéuticos, como es la creación de alarmas para ganar más, la generación de productos de escasos beneficios terapéuticos o de los que no se han examinado con certeza sus efectos secundarios y la imposición de precios excesivos a algunos fármacos.
Las malas prácticas deben identificarse y denunciarse, vengan de donde vengan. Si solo se hace con unos, se convierte en sospechoso
El problema es que, por parte de algunos de estos científicos puros, estos asuntos se pasan por alto. No entiendo que se diga que los laboratorios homeopáticos tienen intereses enormes porque ganan mucho dinero, pero que quienes acusan no sean capaces de reconocer que los laboratorios farmacéuticos tienen intereses aún mayores. Porque si no se hace así, y no se identifican y se publican las malas prácticas, vengan de donde vengan, puede entenderse fácilmente que quienes se llaman científicos no sean más que profesionales que entre dos industrias han tomado parte por la más poderosa y la que más dinero tiene, y frente a esa callan mientras atacan sin piedad a la otra; es decir, que lavan su conciencia con la que es más débil mientras que a la otra no se enfrentan.
Los ecologistas, ese peligro
Y, como tercer elemento, algunos de sus razonamientos son tremendamente endebles. J.M. Mulet, uno de los divulgadores más reconocidos en estos temas, fue entrevistado en RNE acerca de su nuevo libro, donde se posiciona a favor de los transgénicos. Lo sorprendente no era su posición, sino la calidad de algunos de los argumentos empleados, que comparten el posicionamiento erróneo con los que se utilizan contra la homeopatía. Insistía en describir un panorama en el que las organizaciones ecologistas, a las que describe con un poder inmenso, trataban de combatir los transgénicos aunque sepan que no causan problemas simplemente para defender su cuota de mercado. Venía a argumentar que el portavoz de Greenpeace sobre transgénicos tiene gran interés en mantener la maldad de los mismos porque si no se quedaría sin trabajo. Quizá sí, o quizá no. Para empezar, porque si los transgénicos se demostrasen beneficiosos, ese hombre perdería su puesto de trabajo pero podría ser trasladado a otro dentro de la misma organización. Pero, sobre todo, porque quien tiene un interés más evidente en defender a los transgénicos es la empresa que los vende. Si se demostrara que son nocivos, perdería un negocio de miles de millones de euros anuales, de modo que poner a la misma altura a Monsanto y al portavoz de Greenpeace es de risa.
Si estás hambriento eres capaz de comer cualquier cosa, pero eso no significa que lo que comes sea sano; sólo demuestra que estás necesitado
Y lo mismo cabe decir de su razonamiento sobre que esto de la animadversión hacia los transgénicos es algo de países ricos con la nevera llena, porque en los países pobres lo que les importa es que haya comida, sea cual sea. Sin duda: si estás hambriento eres capaz de comer cualquier cosa, pero eso no significa que lo que comes sea sano; sólo demuestra que estás necesitado. En resumen, utilizar estos argumentos como prueba de convicción es poco relevante: lo que tenemos que demostrar es si los transgénicos generan problemas o no, y en el primer caso, en qué condiciones y con qué efectos, en lugar de fabricar tesis acerca de por qué los pobres los utilizan o de si el poder omnímodo del ecologismo se ha convertido en la nueva fuerza judeomasónica que domina el mundo.
El efecto placebo
Quizá el mayor error a la hora de convencer a los demás sea que quienes atacan a la homeopatía hacen algo muy poco científico, como es no entender el factor humano. Rosa Montero contaba en su artículo algo muy pertinente: tenía dolores de espalda, le recomendaron dejar de tomar trigo y centeno, por el gluten, y mejoró sustancialmente. Quizá sea una magufada, pero si la espalda te duele mucho menos cuando no tomas gluten, no vas a tomar gluten, por más que te insulten. Del mismo modo, una buena parte de las personas que toman homeopatía lo hacen porque están convencidas de que les causan efectos beneficiosos. Incluso puede ocurrirles lo mismo que a Montero, que la han probado y les viene bien. A lo mejor es efecto placebo, pero ¿de verdad creéis que insultarles es buena idea? ¿Les vais a convencer así? ¿En serio?
Si la homeopatía es un timo, probadlo y todos los agradeceremos. Pero eso no implica que se pueda insultar a quien la toma
Quizá haríais mejor en diferenciar las dos esferas que se dan cita: si la homeopatía es un timo, y tenéis las pruebas, ponedlas sobre la mesa, y lo agradeceremos todos, pero dejad en paz a la gente. Entre otras cosas, porque si alguien tiene la información suficiente y decide seguir tomando homeopatía es su problema, no el vuestro. También sabemos que beber no es bueno, y hay gente que cuando sale de trabajar se toma cuatro cañas y no les señaláis como alcohólicos. Se puede demostrar empíricamente que votar al partido X en la población Y perjudica al grupo social Z, y eso no autoriza a insultar a quien lo hace. Y estas cosas, por desgracia, son frecuentes. Por ejemplo: es obrero, vota al PP, es tonto; es de clase media alta, vota a Podemos, es imbécil; es inglés, ha optado por el Brexit, es un paleto; y así sucesivamente. Yo tiendo a verlo de otra manera: si alguien actúa en contra de sus intereses objetivos, será por algo, y probablemente tenga más que ver con una deficiencia de quienes no han sabido convencerles que de ellos mismos. Puede que no, pero en ese caso en su pecado llevan la penitencia. Con la homeopatía pienso lo mismo.
Gente de pocas luces
Aquí habrá quien argumente que esto puede crear un problema de salud serio, porque si la gente empieza a creer en la homeopatía dejará de seguir el tratamiento prescrito cuando tenga un cáncer, o dejará de operarse del corazón cuando lo necesite porque pensará que una pastilla con azúcar le curará. Este razonamiento es recurrente, pero es muy frágil. ¿De verdad creéis que vuestros contemporáneos tienen tan pocas luces como para preferir la homeopatía cuando sufren esas enfermedades? ¿Por qué los menospreciáis de ese modo? Se me dirá que se han dado casos, pero son porcentualmente ínfimos. ¿De verdad creéis que eso es lo común? No, no lo es: no caigáis en la soberbia de creer que vosotros sois muy listos y la gente muy tonta.
Esto no va sobre la homeopatía. No la estoy defendiendo ni atacando. Estoy hablando simplemente del espacio público
En realidad, esto es sencillo. Una esfera pública adecuada implica la exposición de razones, motivos y argumentos, de manera que las personas puedan estar lo mejor informadas posibles y tomen sus propias decisiones. Es fácil: si sois científicos y tenéis argumentos y razones, exponedlos para que los demás contemos con instrumentos adecuados. Razonad y convenced.
Los matices
Llegados aquí, he de advertir que esto no va sobre la homeopatía. Ni la estoy defendiendo ni la estoy atacando. Y además no me compete establecer un diagnóstico universal sobre ella. Pero subrayo este aspecto porque seguro que, después de leer esto, alguien (a quien me abstendré de calificar) escribirá en Twitter algo similar a “otro periodista magufo que está a favor de la homeopatía”; y sobre todo, porque entiendo esencial empezar a construir un espacio público ocupado por las razones y no por las descalificaciones.
Se construye lo intolerable y, hecho esto, se queda legitimado para atacar a quien expresa otras ideas como si hubiera dicho algo repugnante
Vivimos en un mundo en el que lo que puede ser dicho es muy estrecho. No hay espacio para el matiz ni para la aclaración. Se toman las cosas en términos de todo o nada, de adhesión completa o de rechazo frontal. Hemos construido un mundo público en blanco y negro, y es muy evidente en la política o en la economía, lo cual dibuja una sociedad mucho peor.
Lo intolerable
El mecanismo es sencillo: se toma un asunto, se fija un límite muy estrecho respecto de lo que es dado decir y lo que no, y se ataca ferozmente a quienes se salen de esos límites. Es pragmático, porque evita tener que razonar. Se construye lo intolerable, y una vez que queda establecido, se queda legimitado para atacar a quien expresa otras ideas como si hubiera dicho algo repugnante: se dibuja una estrategia de ‘Nosotros o el caos’ donde solo cabe ratificar íntegramente lo que se expone o convertirse en un peligro público.
Hay que tener mucho cuidado con utilizar las tácticas de Bush y de Aznar, porque pervierten la sociedad de un modo radical
Esto empezó a ponerse de moda con Bush Jr., y todo aquel grupo de neoliberales descarados, que redujeron las posibilidades expresivas de medios y población mediante artimañas lamentables: si alguien negaba que Saddamtenía armas de destrucción masiva era tachado de antiamericano, antioccidental y amigo de los terroristas. Aznar comenzó a utilizar esa técnica aquí, y le salió bien. También ocurrió en la economía, donde todo lo que no fuera neoclásico fue perseguido como anticientífico y puesto al pie de la hoguera. Desde entonces hasta ahora, y muchas de las discusiones por redes son un buen ejemplo, es muy complicado establecer un diálogo racional.
En fin, ese tipo de retórica, esa construcción de lo intolerable, se ha extendido por nuestra sociedad de una manera terrible. Ahora le toca el turno a la ciencia. Pero hay que tener mucho cuidado, porque eso pervierte por completo la sociedad. Lo he visto, lo conozco y no quiero ser parte de eso